Quienes no han visto My dress-up darling y sepan que durante su emisión estuvo a la altura de pesos pesados como Attack on titan o Demon slayer, se preguntarán cómo una comedia romántica sin animación compleja y sin un conflicto externo que amenace a sus protagonistas pudo lograr tal proeza. La respuesta es el primer episodio y personajes con los cuales identificarse.
Gojo Wakana es un estudiante de preparatoria que añora especializarse en la creación muñecas hina, tal como su abuelo. Durante su niñez, es marcado por un suceso que provoca le apene admitir su afición y esto se ramifica hacia el resto de su persona, volviéndose introvertido e inseguro, pensando que es un raro incapaz de encajar y que incomodaría a los demás con sus charlas, prefiriendo aceptar tareas en solitario con tal de evitar convivir y molestar al resto. En él se conjugan comportamientos recurrentes de la vida real, el aislamiento y la baja autoestima.
Este punto de partida es uno con el que se identifican muchos jóvenes y adultos, y si sumamos un protagonista con rostro plano y del que nada destaca visualmente, es fácil plasmarse en él. Creer que no se es lo suficiente bueno, que representamos una molestia, que no nos entenderán si nos expresamos, que seremos rechazados al primer error que cometamos, y que nuestros gustos son extravagancias que nadie apreciaría, trae como consecuencia, encerrarse en uno mismo, evitando el contacto, justo lo que Gojo enfrenta, un conflicto que no amenaza desde afuera como es el caso de Attack on titan y Demon slayer, sino desde dentro, algo menos rimbombante pero que conecta a un nivel íntimo con los espectadores.
Marin, una chica extrovertida y atrevida que no oculta sus gustos, por inusuales que sean, será el contrapeso de Gojo, dándole otra manera de ver la vida, demostrando que puedes ser comprendido y no debes avergonzarte de lo que te apasiona, aprendiendo a aceptar lo que te diferencia del resto, y que esa diferencia es la que enriquece la interacción entre las personas, siendo posible conectar por dispares que sean. Marín sacará a Gojo de su zona de confort y lo llevará a nuevas experiencias, aunque igual ella conocerá en él facetas que no encuentra en otras personas, como tener alguien que haga caso cuando recomiendas algo, que confíe en tu criterio y vea (o juegue) lo recomendado con tal de entenderte mejor, de compartir un nuevo gusto, trascendiendo así de una relación superficial conforme más lo conoce.
Cuando Marin se entera que Gojo sabe confeccionar trajes, le propone que la ayude con uno de cosplay que desea fervientemente. Esa actividad, que en apariencia
dista del sueño de Gojo de ser un experto en muñecas hina, le mostrará que en la vida, las labores que menos te esperas te aportan las herramientas necesarias para alcanzar tu meta, al convertirse Marin en una versión de carne y hueso de las muñecas que tanto quiere perfeccionar. Lecciones de este tipo son las que están diseminadas en los capítulos, donde cada uno aprende de la mirada del otro, y nosotros sobre cómo alguien que abandona el encierro y el egoísmo de no compartir su mundo, es capaz de abrirse paso a nuevas vivencias y enseñanzas.
A pesar de que la historia reduce el peso de los conflictos conforme avanza, el pacto del primer episodio ya está hecho, y cuando la serie se orienta a una comedia romántica ligera y visual (y muy subida de tono), el trasfondo de los personajes ya está asentado, y facilita que el espectador se mueva junto con ellos a temas más amenos y disfrutables, viendo cómo se desarrolla la relación entre la extavagante y distraída Marin, y el introvertido y ansioso Gojo.