Una de las películas de George Romero menos apreciadas, pero que encierra un mensaje vigente para esta sociedad donde existe una obsesión por grabar y fotografiar todo cuanto ocurre, tratando de fundir el pasado con el ahora y crear un presente perpetuo, o como si nuestra erosionada palabra ya no bastara para relatar hechos ocurridos y las pruebas virtuales se alzaran como la verdad absoluta.
Como en todas sus películas sobre zombis, éstos son una herramienta para desarrollar diferentes cuestiones sobre el ser humano. En la noche de los muertos vivientes (1968) era la vigencia de la tradición, en el amanecer de los muertos vivientes (1978), el consumismo como forma de vida, y en el día de los muertos vivientes (1985), la decadencia de las instituciones que se supone nos protegen ante las desgracias. Aquí cuestiona cómo percibimos la realidad al estar rodeados por tecnología, algo que Neil Postman desarrolla en sus ensayos de Tecnopolis y Divertirse hasta morir.
A diferencia de las películas previas, Romero deja en claro la metáfora de los zombis, una representación de la otredad. Sella esta analogía a través de una frase en la película que describe el conflicto en estas historias, "nosotros contra nosotros, nosotros contra ellos, ellos son nosotros". Aderezado esto con la idea de cómo en una guerra con tantos blancos por matar, los rostros dejan de existir, convierte el apocalipsis del no-muerto en un panorama desolador.
A manera de documental, Romero mete interludios que hablan del exceso de información que existe creando un ruido que nos abruma, y cómo cada persona cree poseer la verdad por contar con un medio para grabarla, ideas que coinciden con las que Byung Chul Han escribe en su ensayo En el enjambre.
Esta crítica sobre el uso de los teléfonos y la manía para grabar las desgracias del otro en vez de hacer algo al respecto para prevenirlas o atacarlas, permea por todas partes, hasta llegar un punto donde la pedrada es lanzada directamente al espectador, que igual que los que graban, presencian los eventos protegidos detrás de una cortina que los hace inmunes a la catástrofe. El mensaje para mostrar esa obsesión por tener todo registrado en video y no intervenir en lo que ocurre queda "justificado" con "si no pasa en cámara, no pasó", una actitud vicaria para afrontar la cruda realidad.
La historia adolece en el conflicto entre personajes y el carácter de éstos, pues no se equiparan a los de sus primeras obras, pero juzgar la película por esta flaqueza sería injusto. Al igual que sería inadecuado tacharla de anticuada por apostar por los zombis lentos, que a diferencia de los rápidos que convierten a la otredad en una amenaza depredadora, aquí nosotros, los vivos, cargamos parte de la culpa por desafiar su parsimonia y creer que mantendremos nuestra identidad indemne al caminar entre sus interminables filas.
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